Probablemente cuidó de proveerle una buena educación formal, en vista que se desenvolvió bien en su vida en Francia y España.
La pareja pasó su luna de miel en Long Island y después vivió en Nueva York con su padre.
Vivieron primero en Fredericksburg y luego se fueron a Charlottesville para estar cerca de su amigo cercano, Thomas Jefferson.
Cuatro años más tarde, James Monroe fue nombrado ministro de Estados Unidos en Francia y se trasladaron a París.
Reconociendo la importancia puesta en el comportamiento y aspectos sociales, Elizabeth Monroe mostró ser una persona equilibrada que manejó bien las costumbres americanas, mientras respetaba los protocolos del Viejo Mundo europeo.
La pareja hospedó al americano Thomas Paine en su casa en París después que James Monroe aseguró la liberación carcelaria del famoso escritor que había sido encerrado por oponerse a la ejecución del rey Luis XVI.
Elizabeth Monroe empezó hacer gestiones en Richmond y Charlottesville, época durante la cual su padre e hijo murieron y ella desarrolló serios problemas de salud que finalmente la llevaron a retirarse de la actuación pública.
La sociedad de Londres no reconoció a los Monroe y le dieron el más bajo estatus social.
Mientras, ella había establecido un círculo de amistades y conocidos en París, incluyendo aquellos que ascendían en el poder por la época.
Elizabeth tomó una actitud más pasiva durante la asunción presidencial de 1817, ya que la renovación de la Casa Blanca que estaba dañada desde 1814 por el incendio provocado por las tropas Británicas aún no estaba terminada.
En pocos documentos donde aparece su nombre, éste estaba relacionado exclusivamente con asuntos legales, financieros y de propiedad.
Elizabeth Monroe mostró un contraste extremo con su precursora Dolley Madison, que había concebido su papel como parcialmente público.
En qué medida Elizabeth Monroe era políticamente influyente o expresó una opinión sobre los acontecimientos y las decisiones hechas frente por su marido no se sabe; fue aceptado extensamente que después de su muerte, James Monroe quemó todas su correspondencia.
Al recordar a su esposa, Monroe luego escribiría que ella compartió enteramente todos los aspectos de su carrera del servicio público y que siempre estaba motivada por los intereses de los Estados Unidos.