[1] Durante los años 1893-1894 Casas se había ido centrando en el retrato, en los interiores con figuras femeninas y en el desnudo.
Casas, como es habitual en sus pinturas de estas características, reprodujo con gran exactitud una escena de gran dureza, pero evitando la denuncia social y limitándose a plasmar la situación como una instantánea fotográfica.
Desde hacía treinta años no se había ejecutado a nadie en Barcelona por el procedimiento del garrote vil, y, en cambio, en tres años consecutivos tuvieron lugar las ejecuciones públicas de Isidro Mompart, Aniceto Peinador y Santiago Salvador, acusados los dos primeros de asesinato y el tercero del atentado del Liceo que costó la vida a veinte personas.
[2] El punto de vista elevado es un testimonio, sin eliminar detalles como el árbol en primer término que interrumpe la visión de la escena, dificultando incluso la del patíbulo, y actúa como referencia espacial.
Con objetividad, Casas describe el carácter del suceso público de la ejecución, sin centrarse en ningún protagonista concreto, ni siquiera en la víctima, solo visible entre el verdugo y los confesores, y dejando que el espectador pasee su vista como podría hacerlo un testimonio presencial.