El aprendiz de amante

Consciente de su timidez patológica, Andrés se finge un seductor, consiguiendo así el amor de la mujer.

Una vez casados, Andrés confiesa a su ya esposa que él en realidad no es ningún Don Juan, pero ella no acepta esa realidad, pues prefiere seguir pensando que su hombre es el deseado por otras.

De ese modo, Andrés se ve obligado, contra su voluntad, a mantener la ficción y a trasnochar continuamente empuejado por Catalina, pese a que él preferiría el recogimiento del hogar.

Harto de la situación, decide regresar a Burgos.

Al final, Catalina acepta a su marido tal como es y el matrimonio se reconcilia.