A veces, estos improvisados redactores no poseían las mínimas habilidades para este desempeño y escribían hasta con faltas de ortografía.Para los lectores, el problema se subsanaba con la siguiente práctica: un vecino que sabía leer compraba un ejemplar del diario y lo leía en público durante las tertulias.Julio Pérez Canto, en su folleto "El periodismo en Chile", afirmó que Tornero «señaló y marcó los nuevos rumbos del periodismo nacional [con la] clara comprensión que de los deberes de la prensa tenía».Francisco Antonio Encina, en su Historia de Chile, expresó que «el progreso de la industria gráfica y el desarrollo que durante este período tuvieron en Chile las editoriales, fue la obra de dos españoles: Don Manuel Rivadeneyra, quien lo dirigió durante dos años, y don Santos Tornero», agregando más adelante que «Tornero levantó a El Mercurio a una prosperidad comercial que le permitió independizarse del favor gubernativo, al mismo tiempo que daba vuelo al negocio editorial y de librería».Creó en este aspecto una honrosa tradición que hasta hoy el diario mantiene.El escritor Raúl Silva Castro señaló en 1958 que «por las agitaciones políticas y por su ausencia reciente del país, que coincidió en parte con aquellas, el editor sentía que era preciso imprimir a la redacción la marcha que siempre había confiado darle: alejamiento de las luchas políticas más enconadas, defensa de la ilustración y del orden, esclarecimiento de cuestiones comerciales llamadas a asentar la prosperidad nacional sin exclusiones, tolerancia religiosa, etc.Con los años, esta columna se transformó en un periódico aparte que circuló hasta 1882.Entre 1869 y 1901, se instaló nuevamente en la calle de la Aduana —hoy Prat—, mudándose después hasta la ubicación que ocupó hasta el Estallido Social en la calle Esmeralda 1002, en el céntrico sector comercial y financiero del barrio Puerto.