Un joven siciliano de veintidós años, Dionisio, aprovechó la indignación general para darse a conocer.
La propuesta era ilegal y le fue impuesta una multa, que enseguida fue pagada por Filisto, uno de sus ricos amigos.
Sin embargo, el pueblo le negó una guardia personal, juzgada propia de tiranos.
Dionisio puso en escena un falso atentado contra su persona, a ejemplo del tirano ateniense Pisístrato.
Mercenarios y esclavos (quizá campesinos dependientes comparables a los ilotas espartanos), se convirtieron así en los nuevos ciudadanos (neapolitai).
Reforzada su posición, decidió restaurar la hegemonía siracusana y puso sitio a la ciudad sícula de Erbesos.
Mediante traición, recuperó las ciudades de Naxos y Catania, cuyos habitantes fueron reducidos a la esclavitud.
Leontino se rindió y sus habitantes fueron deportados a Siracusa, donde no tardaron en recibir la ciudadanía.
También realizó una expedición contra Regio, capturándola[4] y atacando a sus ciudades aliadas en Magna Grecia.
Fue imitado por las otras ciudades sicilianas, lo que le permitió hacerse pasar por el campeón del panhelenismo.
[5] Con los cartagineses repelidos, el tirano aumentó su influencia hasta las islas del Adriático y la costa italiana.
[7] Durante la guerra del Peloponeso apoyó al bando espartano y los ayudó enviándoles mercenarios.
[10] Esparta intervino tan pronto como tuvo conocimiento de los hechos y expulsaron a los ilirios,[11][12] quienes eran dirigidos por Bardilis I.
Pese a tener la ayuda de 2000 hoplitas griegos y 500 armaduras griegas, los ilirios fueron derrotados por los espartanos bajo el mando de Agesilao II, aunque no sin antes causar estragos en la región y asesinar a 15 000 molosos.
Reclutó ingenieros para inventar nuevas armas, como el gastraphetes, ancestro de la ballesta.
Le sucedió su hijo, Dionisio II el Joven, encargado de firmar la paz con los cartagineses.
Platón no lo cita expresamente, pero es probable que hablara de él en sus obras, Gorgias, República y Político cuando evoca al Tirano.