Tanto Robinson como Sraffa siendo asociados con el llamado poskeynesianismo (ejerciendo fuerte influencia incluso en el presente en la economía heterodoxa) y Samuelson y Solow siendo dos de los grandes representantes de la llamada síntesis neoclásico-keynesiana, que dominó el pensamiento económico en ese período.
El problema se hace evidente cuando consideramos que los bienes físicos envueltos en ambos casos son los mismos: las inversiones son, de acuerdo a teoría, consumo pospuesto,[5] o, en otras palabras, bienes cuyo consumo final es deferido.
Pero si esos bienes tienen dos precios, ¿cuál es, en general, el que se debería usar para cálculos?.
La escuela del Cambridge del Reino Unido, partiendo de la base que no hay (o, por lo menos, no se observa en la práctica) un punto de equilibrio económico y que las técnicas económicas son determinadas por factores no puramente económicos (es decir, externamente al área formal de la disciplina), sugiriendo que, consecuentemente, un tomador de decisiones económicas no se enfrenta a mercados totalmente abiertos a la movilidad y competencia en relación con el ingreso adicional de factores, sino más bien tiene que elegir entre técnicas y situaciones predeterminadas por factores exógenos, propone que el capital es mejor entendido como un instrumento que busca preservar valor económico.
No hay unanimidad entre los economistas acerca de los resultados e implicaciones del debate.
Esos aspectos, más allá de una breve mención, no serán explorados en lo que sigue.
Propuestas de estas relaciones se remontan a los clásicos, y fueron formalizadas —a partir del auge del marginalismo y el neoclasicismo por autores tales como Johann Heinrich von Thünen, Knut Wicksell y Philip Wicksteed;[10] trabajos que culminaron (en 1928) en la conocida Función de producción de Cobb-Douglas.
En los textos introductorios a la disciplina la función se presenta, generalmente, en forma simplificada, como las relaciones en un sistema con solo dos factores de producción y un solo producto (que puede ser utilizado inmediatamente en consumo o "ahorrado" como inversión).
(Nótese que Y es a veces reemplazado por Q[12] en la cual Q se puede considerar la Cantidad total (total Quantity) de riqueza producida en un periodo determinado por esos recursos (es decir, todo lo producido menos todo lo gastado en la producción).
Otra 'implicación' que conviene mantener presente es que la fórmula representa una justificación adecuada para la distribución de la renta del producto entre los factores: tanto el capital como el trabajo contribuyen al producto total, por lo tanto ambos tienen un derecho justificado al resultado.
Llama la atención el hecho de que concepciones de un capital en general están, al igual que concepciones generales del trabajo (y, por ello, del producto), expuestas al llamado problema de la agregación, es decir, que al igual que no se puede simplemente agregar peras y manzanas, o trabajo manual o físico simple y trabajo cualificado o intelectual, agregar cosas tales como martillos, tractores, escalpelos o computadoras también conduce a complicaciones.
Esto permite construir modelos económicos asumiendo que, dado un equilibrio, por un lado, el ahorro es consumo diferido e igual, en monto, a la inversión, y por el otro, que el retorno de esa inversión es igual a la productividad marginal de la misma, lo que a su vez permite simplificar enormemente los cálculos económicos (y, en un razonamiento circular, avala la existencia del equilibrio).
Si consideramos ese consumo deferido y los insumos como componentes del capital en su contribución a la producción, podemos sugerir que tanto esos elementos como el capital mismo deviene una ganancia que, paralelamente al salario en el caso del factor trabajo, en el caso del capital es la tasa de interés (r) o tasa de ganancia (R).
En otras palabras, la tasa de interés es crucial para determinar el monto del capital.
Al presentar ese argumento, Sraffa comienza notando que el problema de la medición y concepción del capital se remonta a la economía clásica.
Pero esa diferencia es también la plusvalía o "nueva riqueza" producida en un periodo dado.
Así, a menos que esa derivación sea utilizada simplemente por convención o algún otro mecanismo, no hay ninguna razón aparente por la cual la diferencia monetaria entre el monto de los salarios y el del producto deba ser el costo del capital.
Si la tasa es diferente, los precios de los bienes no pueden ser constantes (Robinson, op.
Estos efectos sugieren que evaluar los bienes de capital en la práctica es extremadamente difícil.
Esto demuestra que la simple historia contada por Jevons, Böhm-Bawerk, Wicksell y otros escritores neoclásicos — alegando que, en la medida que la tasa de interés disminuye como consecuencia de la abstención de consumo presente en favor del futuro, la tecnología debe llegar a ser, en algún sentido, "más compleja" ("more roundabout" en el original[25]), "más mecanizada" "y "más productiva " — no puede ser universalmente válida.
Esto implica que concebir la economía como teniendo o tendiendo a un punto de equilibrio (en el cual, por ejemplo, lo producido iguala a los ingresos y las inversiones igualan al ahorro, etc) es erróneo.
Y presentar una fórmula basada en ese supuesto equilibrio único como teniendo aplicación o validez general conduce a error (el error que Robinson alega al inicio del debate) porque oculta esa realidad esencial de cualquier economía.
Es posible y legítimo comparar esas formulaciones, pero no derivar reglas generales comunes a todas las evoluciones que llevarían o llevaron a esas situaciones.