En junio de ese mismo año en Chihuahua, Ignacio Allende, Juan Aldama, y Mariano Jiménez son rápidamente enjuiciados y fusilados.
Mientras consume sus alimentos, el caudillo se muestra amargado por lo que él creía que era una causa perdida, y arrepentido por todas las muertes ocurridas durante la insurrección.
Acto seguido, Ortega le entrega a Hidalgo unos dulces y unos cigarros.
Tras ser escoltado hasta el paredón, Hidalgo le regala a Ortega y a Melchor Guaspe, el alcaide de la prisión, los dulces que había recibido horas antes y pide permiso al capitán del pelotón regalar los dulces a los demás soldados.
No obstante, al sur del virreinato, se encontraba aún en pie de lucha el también sacerdote José María Morelos, quien gracias a su genio político y militar, se convertiría en el sucesor de Hidalgo.