Parece que el relato es el de una escena preparada por los fariseos que invitan a Jesús, lo sitúan frente a aquel hidrópico y observan.
En tiempos de Jesús la hidropesía —enfermedad caracterizada por la acumulación de líquido claro en los tejidos o cavidades del cuerpo— era considerada una dolencia que se adquiría a causa de haber cometido algún pecado, por lo que no era lícito curarla en sábado.
La argumentación del Señor revela también cómo entiende su misión a los hombres: lo mismo que un hombre no deja de salvar a su hijo o su buey en sábado, Él cura a aquel hombre porque hace suyas nuestras necesidades.
Por eso el Concilio Vaticano II declaró que en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros, dentro de los límites debidos.
Declara, además, que el derecho a la libertad religiosa está realmente fundado en la dignidad misma de la persona humana, tal como se la conoce por la palabra revelada de Dios y por la misma razón natural[3]