Su función era permitir al sacerdote la conjuración de las tormentas o realizar distintos rituales apotropaicos[nota 1] o propiciatorios, como la bendición de los campos u otros.
Así esta antigua práctica, ya en desuso, trataba de alejar el mal que podían engendrar los elementos atmosféricos sobre la feligresía, indefensa entonces ante la fuerza de los fenómenos atmosféricos como el rayo, el viento, la tormenta, el frío o la nieve.
Otros construcciones, con una características especiales, son los esconjuraderos, pequeñas construcciones o templetes, resultando un elemento arquitectónico característico de la cultura y tradiciones pirenaicas, con fuerte presencia en el pirineo aragonés.
Asociado a los rituales del conjuratorio había todo tipo de prácticas más o menos cristianizadas de religiosidad popular o superstición, según cómo se interpreten.
Una de ellas eran las oraciones denominadas tentenublo (Detente, nublado), siendo la más reconocida la siguiente: