[1] La película está protagonizada por Edward G. Robinson, Francis Lederer, George Sanders, Paul Lukas.
El narrador, representado por una silueta, es la figura por medio de la cual se conecta la película con acontecimientos recientes.
Mientras, la bella operadora Hilda Kleinhauer denuncia a sus clientes ante la Gestapo y lleva material para Schlager.
Werner consigue el código Z y Schneider, por su parte, obtiene historiales médicos con los que pone al descubierto la fuerza militar en Nueva York.
Gracias a la curiosidad del cartero, la inteligencia militar británica descubre que la señora MacLaughlin colabora con una red internacional de espionaje.
Tras su regreso a los Estados Unidos, Kassel visita el campamento Horst Wessel, donde niños de origen germano-estadounidense son entrenados para abrazar los ideales nazis y desarrollar habilidades militares.
En cuanto a Schneider, recibe órdenes de usar un alias para obtener pasaportes, lo que acaba levantando sospechas.
Durante el encuentro Kassel le muestra con orgullo a Renard una serie de expedientes sobre estadounidenses importantes que documentan su «impunidad» racial.
Aprovecha entonces para hacer un llamamiento a los estadounidenses a que aprendan la lección, dado la impronta de Hitler en Europa y la lección que esto encierra: «la supremacía de una propaganda organizada y respaldada por la fuerza».
Renard describe a los nazis como «dementes» y Kellogg cree que «cuando las libertades básicas son amenazadas, nos despertamos».
Para evitar represalias contra sus familiares que aún vivían en Alemania, muchos aparecieron sin acreditar en la película o bajo un pseudónimo.
Estos actores fueron Hedwiga Reicher («Celia Sibelius»), Wolfgang Zilzer («John Voigt»), Rudolph Anders («Robert Davis»), Wilhelm von Brincken («William Vaughn»), y Martin Kosleck (no acreditado).
[6][7][8]El FBI afirma que el Caso de espionaje Rumrich fue su primer gran caso de espionaje internacional y que Leon Turrou «fue puesto al mando» y finalmente despedido.
[5]El gobierno alemán ejerció una fuerte presión sobre la PCA, especialmente desde su consulado en Los Ángeles, para impedir el estreno de películas antinazis.
[3] Muchos actores rechazaron los papeles de la película por miedo a represalias, que incluían violencia.
Además, nadie quería interpretar a Hitler por mucho dinero que se ofreciera.
Confesiones de un espía nazi fue la primera película antinazi producida por un gran estudio americano.