Comprendía el coto dos molinos hidráulicos a orillas del río Narcea y una aldea donde tal vez existió alguna iglesia o ermita, como sugiere el nombre de santo.
Tal dictado parece recordar el de señores del valle de Doriga o las Dorigas que en la antigüedad usaban sus antepasados, y que denotaba un dominio territorial.
El edificio aun existe: es una construcción de principios del siglo XVII de planta rectangular y dos alturas.
Algunos de los vanos primitivos fueron sustituidos en época posterior por ventanas más grandes, labradas en granito.
Se halla en estado ruinoso pero su estructura resiste las injurias del tiempo.
El título nobiliario quedó agregado al mayorazgo que poseía el concesionario y que había sido fundado en 1573 por sus abuelos paternos: García de Valdés de Cangas y María de Valdés.
(Creación por Felipe IV) Cumpliendo el procedimiento habitual para la obtención de un título del reino, el concesionario había elevado a S.M.
un memorial genealógico solicitando la merced y exponiendo los méritos contraídos por sus ascendientes al servicio de la Monarquía.
A finales del siglo XVIII, el bibliógrafo González de Posada identificaba dicho memorial con una Genealogía de los Valdeses que obraba copiada en los manuscritos de Manuel Caballero Flórez Valdés: El memorial por el conde de Peñalba, bastante sucinto, versaba sobre la ascendencia Valdés común al peticionario y al redactor.
A mediados del siglo XVIII, José Antonio Villaseñor lo reseñaba así en su Teatro americano:
El contador fue quien edificó las instalaciones e iglesia, con licencia dada en 1603 por el virrey marqués de Montesclaros, a partir de un trapiche que había pertenecido a Toribio Fernández de Celis, su suegro.
La antigua casa señorial se alquila para bodas,[9] y el bello templo barroco está erigido en iglesia parroquial de San Pedro Mártir.
Fue el último señor de Allande, pues en 1753 y tras una serie de pleitos, sus vasallos obtuvieron la incorporación a la Corona y el tanteo de la jurisdicción por el propio concejo.
Benita pasó a vivir con su marido a una de las dos casas que este poseía en la ovetense calle de la Rúa,[12] y al enviudar en 1770 quedó a cargo no sólo de los ocho hijos que tuvieron, sino también de los tres nacidos del anterior matrimonio de su marido —un varón y dos niñas—, que todavía no habían alcanzado la pubertad.
La hija del primer matrimonio, Teresa, ya estaba casada.
Cuenta Jovellanos en sus Memorias familiares que «muerto el conde D. Baltasar, heredó la casa su hijo D. Rodrigo, quien sin embargo de haber contraído matrimonio, del cual tiene larga descendencia, no ha querido tomar el gobierno de su casa y rentas, que hoy sigue a cargo de D.ª Benita, viviendo unidas ambas familias, con mucha paz y utilidad recíprocas».
Casada con Aniceto Suárez Alvarez-Acevedo (n. Gijón 1849; f. Madrid 1912), sin sucesión.