[2] Desde 1378 la cristiandad se encontraba dividida bajo la obediencia de dos papas, uno en Roma y otro en Aviñón.
Como mejor método para resolver este problema se optó por celebrar un concilio general, como ya había recomendado al principio del cisma el rey francés Carlos V a los cardenales de Anagni y Fondi en la rebelión contra Urbano VI.
[5] Carlos Malatesta, Príncipe de Rímini, adoptó una postura diferente, mostrando a Gregorio XII como un hombre orador, un político y un caballero, pero fracasó.
Intimidados, algunos embajadores, entre ellos Bonifacio Ferrer, Prior de la Gran Cartuja, abandonó la ciudad y volvió con su maestro.
Todos los miembros añadieron sus firmas al decreto y pareció ser el final del concilio.
No hubo apenas problemas externos, a pesar de las intrigas para hacer elegir un Papa francés.
[3] Él mismo presidió las cuatro últimas sesiones del concilio y confirmó todas las órdenes hechas por los cardenales después de su rechazo de obediencia a los antipapas, unió los dos colegios sagrados y posteriormente declaró que él trabajaría con energía para la reforma.
[3] Por lo tanto, pensaron que ¿cómo podría Alejandro tener derechos indiscutibles y el reconocimiento de toda la Cristiandad?
Así pues, la situación era aún peor, ahora había tres Papas perseguidos y exiliados de sus capitales.
Los historiadores protestantes ven en el concilio de Pisa un pre anuncio de la reforma; mientras que para san Roberto Belarmino es simplemente una asamblea, un consejo general que no fue ni aprobado, ni desaprobado.