En las grandes ciudades norteamericanas, los gánsteres, delincuentes profesionales para quienes el crimen era una forma de vida, se convirtieron en personajes a la vez admirados y temidos por el público.
La época dorada del cine de gánsteres llegó un poco después: entre 1929 y 1934 se calcula que unas 250 películas abordaron el tema.
Actores como Edward G. Robinson, James Cagney o Paul Muni se convirtieron en iconos del nuevo género.
Su muerte, acribillado por la policía o asesinado por una banda rival, es el punto álgido de la película: merecido castigo, pero también consagración definitiva del héroe.
Debía evitarse siempre toda glorificación del gánster como héroe, dejando claro que el crimen nunca gana, y la policía no podía ser mostrada como corrupta o inoperante.
En esta época comienza a valorarse positivamente la labor policial, en películas como Contra el imperio del crimen (G-Men, 1935), de William Keighley.