Realizó pinturas decorativas y retratos, pero se le conoce sobre todo por los austeros cuadros que pintó para la Iglesia.
Deseaba viajar a Roma, pero se instaló en París en 1621 y, salvo por alguna breve ausencia, vivió allí el resto de su vida.
Para perfeccionarse, trabajó con dos modestos pintores de la tradición manierista: Georges Lallemand y Nicolas Duchesne.
En esa época se hizo amigo de Nicolas Poussin, un joven aún desconocido.
Sus composiciones son simétricas, con sofisticados drapeados y colores frescos (azul intenso, rosa).