Después de Manon y Werther, es una de las más interpretadas entre sus veinte y cinco óperas, aunque no se ha consolidado como parte del repertorio operístico estándar.
Este registro vocal contrasta con la escritura de coloratura del hada madrina.
El toque del siglo XVIII que reclama un personaje travestido es evocado con unos ingeniosos pastiches de música galante, como el trío para laúd, viola d'amore y flauta que no consigue despertar el interés del melancólico y silencioso Príncipe Encantado al principio del Acto II.
Los trinos y arpegios de coloratura del Hada Madrina son especialmente mágicos.
Una gran sala con un hogar, los sirvientes corren arriba y abajo, intentando cumplir las confusas órdenes.
Pandolphe se lamenta de haber dejado su vida tranquila en el campo, con su hija, al haberse casado con una mujer con dos hijas horribles que maltratan a Lucette y que han tomado el poder de la casa.
Mientras habla, los sirvientes anuncian la llegada de su mujer, quien aparece con sus orgullosas hijas.
Anuncia a sus hijas que esa noche hay recepción en palacio, y les da instrucciones de cómo debe ser su comportamiento.
Mientras dura su aseo, la madre actúa convulsivamente, pareciendo tan extraña que todos los presentes la miran estupefactos.
Aparece Pandolphe, suntuosamente vestido, pero las tres mujeres hacen comentarios irónicos por la indiferencia que les muestra.
Todos salen corriendo hacia el baile (Pandolphe: "¡Mi pobre Lucette, me voy!
Cendrillon es el pequeño grillo: su lugar es la tierra; mientras las mariposas vuelan envueltas por la luz del sol (sus hermanas).
Cuando todo está listo, despiertan a Cenicienta, y le informan que ella también irá al baile.
Hay un corto preludio y cuando se levanta el telón el Príncipe Encantado, único hijo del rey, está escuchando la música de un laúd, tratando de entretenerse.
El maestro de ceremonias, seguido por los cortesanos, se acerca, pronunciando cumplidos vacíos y haciendo reverencias obsequiosas.
Ahora entra un grupo de sabios, pero el conocimiento tampoco interesa al príncipe, y ni los escucha.
Sueña con encontrar una mujer a la que pueda amar con todo su corazón, pero ninguna le gusta.
La madrastra y sus hijas están enfurecidas, pero gracias al zapato mágico no reconocen Cendrillon.
Pandolphe insiste en que la encantadora desconocida es bella, pero las otras no ven nada en ella.
Las hijas expresan su aprobación, pero Pandolphe, resignado, dice que preferiría ser un plebeyo si con ello tuviera tranquilidad.
Cendrillon pregunta qué ha dicho el príncipe cuando la desconocida ha desaparecido tan repentinamente.
"Ha dicho que si bien sus ojos lo han engañado al principio, la desconocida era demasiado extraña como para enamorarse".
Juntos, cosecharán flores, escucharán el ruiseñor, ¡y todas las penas se olvidarán!
El príncipe expresa su perdida felicidad, y Cendrillon suplica al Hada que se la devuelva.
Las hadas rodean a los dos enamorados, cantándoles, y arrullados por sus voces, caen en una mágica ensoñación (Coro de espíritus: "Dormid, sueñen").
Cendrillon, que acaba de entrar, oculto a los presentes exclama: "Mi sueño era, pues, verdadero".
Penetra el cortejo de las princesa, pasando delante del príncipe.
El príncipe se muestra triste y ausente, sus ojos están fijos en el zapato de cristal y se encuentra a punto de desvanecerse.
Ella le habla dulcemente, y el Hada junta las manos de los dos enamorados.
Pandolphe abraza con alegría a su hija, y la madrastra, la felicita efusivamente, con afectación: "¡Hija mía!.