Sirvió en el El Cairo, París, Estambul, Pekín, Bucarest, Madrid, Londres y Belgrado y tras la Primera Guerra Mundial fue nombrado Ministro de Asuntos Exteriores en el gobierno de Giovanni Giolitti.
Posteriormente Carlo IV Sforza fue nombrado embajador en Francia pero renunció a su puesto después de que Benito Mussolini llegara al poder en 1922.
Dirigió la oposición antifascita en el Senado y finalmente fue obligado a exiliarse en 1926.
Afirmaba que Italia, una nación con una tradición tan antigua y rica podía permitirse el lujo de esperar.
En 1946 Sforza se convirtió en miembro del Partido Republicano Italiano.