En el momento de su construcción se le llamó Canal Real del Languedoc, siendo rebautizado con el nombre actual en 1789 durante la Revolución francesa.
Este proyecto ya había sido ambicionado en otras épocas por gobernantes como Nerón, César Augusto, Carlomagno, Francisco I, Carlos IX o Enrique IV, que deseaban preservar sus barcos y mercancías del peligro que suponía cruzar el estrecho de Gibraltar.
Curiosamente, a principios del siglo XVII se inició un proyecto similar por un equipo del que formaba parte el padre de Riquet (Francois-Guillaume Riquet), que se descartó por no encontrar una solución eficiente para abastecer de agua al canal.
Sin embargo, este problema sería resuelto por su hijo, que en 1666 fue autorizado por un edicto real firmado por el ministro Colbert a iniciar las obras.
Tras doscientos años de explotación el canal comenzó a sufrir la competencia del transporte por tren y más tarde por carretera.
Su gestión sería retomada a finales del siglo XIX por el Estado, que intentó infructuosamente mediante inversiones devolverle la competitividad en el transporte de mercancías.
Los barcos se propulsaban mediante caballos, que tiraban de ellos siguiendo los caminos paralelos al curso del agua.
El Estado francés es el propietario y su gestión se confía al ente público Voies Navigables de France.
El canal registra la quinta parte del turismo fluvial francés (más incluso que el Sena), siendo el 80 % de quienes lo recorren extranjeros (especialmente alemanes, suizos y británicos).