[1] La intensidad y las líneas del campo magnético varían en la superficie terrestre, lo que puede ayudar en la orientación permitiendo al organismo conocer su ubicación geográfica.
Otros receptores magnéticos han sido encontrados en los ojos, la nariz y los oídos de las aves, en células con íntima relación con neuronas.
En los animales la detección del campo magnético ha sido ampliamente demostrada, lo que se sigue investigando es el mecanismo mediante el cual esa detección es utilizada para que el sistema nervioso determine no solo la ubicación geográfica sino además la ruta a seguir hacia su destino.
W.Wiltschoko y Merkel realizaron en 1965 experimentos con el petirrojo europeo (Erithacus rubecula), colocándolo en una jaula octogonal produjeron campos magnéticos artificiales con los cuales se orientaban.
[3] Experimentos llevados a cabo por diferentes centros de investigación con la hormiga (Pachycondyla marginata) determinaron que las partículas magnéticas que contienen sus antenas les permiten detectar los campos magnéticos terrestres, norte y sur y convertir ese estímulo en señales nerviosas que van al ganglio encefálico de la hormiga, y le permiten desplazamientos en ángulos de 13 grados con el eje magnético terrestre.