Durante su reinado, tratará de deshacer las reformas progresistas de su predecesor Francisco-Carlos de Velbrück, y restablecer todos los privilegios del clero y la nobleza.
No aceptó las aspiraciones liberales del Tercer Estado y fue insensible a la miseria de su pueblo, lo que le hizo muy impopular.
Su popularidad se reducirá continuamente hasta el punto en que la población se dirige a su residencia de Seraing para obligarle a aceptar reformas democráticas.
Gracias a las tropas imperiales de Austria, regresó a la trono episcopal, 13 de febrero de 1791.
Su sobrino, que no era mucho más sensibles a los cambios, Francisco Antonio María de Méan, le sucedió a su muerte, el 3 de junio de 1792.