Las primeras bombas atómicas fueron desarrolladas por Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, en el contexto del Proyecto Manhattan, y es el único país que ha hecho uso de ella en combate (en 1945, contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki).[1] Su procedimiento se basa en la fisión nuclear de núcleos atómicos pesados en elementos más ligeros, mediante el bombardeo de neutrones que, al impactar en dicho material, provocan una reacción nuclear en cadena.[cita requerida] En este caso, a una masa de uranio, llamada "subcrítica", se le añade una cantidad del mismo elemento químico para conseguir una "masa crítica" que comienza a fisionar por sí misma.En las bombas H, normalmente menos del 25 % de la energía liberada se obtiene por fusión nuclear y el otro 75 % por fisión.En la bomba de neutrones se consigue hacer bajar el porcentaje de energía obtenida por fisión a menos del 50 %, e incluso se ha llegado a hacerlo tan bajo como un 5 % y el resto es por la fusión nuclear.[cita requerida] Las consecuencias prácticas son que al detonar una bomba N se produce poca destrucción de estructuras y edificios, pero mucha afectación y muerte de los seres vivos por la radiación, incluso aunque estos se encuentren dentro de vehículos o instalaciones blindadas o acorazadas.[cita requerida] Este tipo de armas es más accesible que las armas nucleares por su diseño mucho más sencillo, aunque con un elevado daño potencial para las víctimas que la sufran.
Explosión de la bomba termonuclear
Ivy Mike
(1 de noviembre de 1952). Las bombas termonucleares se han convertido en las armas más destructivas de la historia, siendo varias veces más poderosas que las bombas de fisión convencionales como las de Hiroshima y Nagasaki.
Detonación de una bomba atómica el 15 de abril de 1948 en el atolón de Eniwetok, concretamente la prueba X-Ray comprendida en la
Operación Sandstone
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