Si el juramento falso se realizaba en un juicio constituía un delito más grave: el de perjurio.
La primera normativa específica fue la del papa Gregorio IX que hacia 1250 estableció que el blasfemo fuera condenado por su obispo a permanecer en la puerta de su iglesia, sin poder entrar en ella, durante siete domingos consecutivos mientras se celebraba la misa mayor, y en el último de ellos, descalzo, sin capa y con una soga atada al cuello.
[11] En el siglo XVI el papa León X en el V Concilio de Letrán endureció las penas contra los blasfemos.
También eran reos de blasfemia los jueces seculares que no impusieran los castigos establecidos a los convictos por ese delito.
[12] En el siglo XVIII, la Ilustración europea rechazó el concepto mismo de «blasfemia» y denunció que fuera considerada un delito.
Un ejemplo notable es el del escritor británico Salman Rushdie, cuya novela Los versos satánicos publicada en 1988, fue considerada sumamente blasfema e irrespetuosa para el Islam, provocando protestas en varios países y amenazas de muerte para Rushdie.
El ayatolá Ruhollah Jomeiní, entonces líder supremo de Irán, emitió en 1989 una fatwā que pedía su asesinato.