Tras unos meses trabajando en Granada para el regidor de Cartagena, ingresó con 22 años en el convento que los franciscanos tenían en Albacete.
Realizó la profesión a los 23 años tras el noviciado, en el que destacó por su humildad, sencillez y espíritu de sacrificio.
Estuvo recorriendo diferentes ciudades del levante español hasta acabar su vida en Gandía.
Fueron muchas las personas que acudieron a su muerte e intentaron coger algún objeto del fallecido.
Su cuerpo incorrupto permaneció en el convento y luego en la iglesia del mismo nombre hasta que al inicio de la Guerra Civil fue destruido.