Durante la marcha hacia Jerusalén, los cruzados entablaron negociaciones con los Fatimidas de Egipto para intentar llegar a un acuerdo satisfactorio para ambos sin necesidad de luchar, pero, aunque los fatimidas estaban dispuestos a ceder el control de Siria, se negaban a entregar Israel, algo inaceptable para los cruzados ya que su objetivo final era la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén.
Los fatimidas enviaron una embajada para advertir a los cruzados que debían abandonar Jerusalén, pero fueron ignorados.
Cuando confirmaron la presencia de los egipcios, decidieron continuar en la misma formación durante el día siguiente.
Su ejército estaba formado por turcos selyúcidas, árabes, persas, armenios, kurdos, y etíopes.
Durante la marcha se habían organizado en nueve divisiones: Godofredo lideraba el ala izquierda, Raimundo la derecha, y Tancredo, Eustaquio, Roberto de Normandía y Gastón IV de Bearn formaban el centro.
Según la mayoría de las crónicas (tanto cristianas como musulmanas), los fatimidas fueron totalmente sorprendidos y la batalla fue breve, aunque Alberto de Aquisgrán afirma que la batalla se prolongó un poco más debido a la buena preparación del ejército egipcio.
La batalla tuvo lugar antes de que la caballería pesada fatimida estuviera preparada para entrar en acción.
El pánico se extendió entre las tropas de Al-Afdal y comenzaron a huir hacia la seguridad que les proporcionaba la ciudad fortificada.