Sin embargo, es mucho más que eso: es un compendio del conocimiento sobre el territorio, sobre las modificaciones que la actividad humana ha producido en él y sobre las relaciones entre la inteligencia, la voluntad y la naturaleza.
Sin embargo, según explicaba Gerard Mercator al frente de su propio Atlas de 1602, el nombre aludía no al personaje mitológico sino a la cordillera, y a un rey y astrólogo norteafricano cuyo deseo era transformarse en montaña para abrazar el cielo.
El volumen que se publicó póstumamente un año después de su muerte es un texto amplio pero, a medida que evolucionaron las ediciones, se convirtió simplemente en una colección de mapas y es en ese sentido en el que se utilizó la palabra a partir de mediados del siglo XVII.
Entre ellas puede mencionarse la realizada en Roma en 1507, la primera hecha tras los descubrimientos de españoles y portugueses, ilustrada con un mapamundi del cartógrafo neerlandés Johann Ruysch, o la de Estrasburgo de 1513, en la que participaron los cosmólogos del Gymnasium Vosagense encabezados por Mathias Ringmann que habían dado nombre a «América», con mapas dibujados por Martin Waldseemüller, entre ellos uno célebre, la Tabula Terre Nove.
[3] En 1519 Fernández de Enciso publica en Sevilla su Suma de la Geographia, donde, con escasos grabados y sobre todo mediante escritos, hace una descripción del mundo conocido y le añade tablas con datos sobre la inclinación del Sol.