En esta situación, se desarrolló una literatura apologética que empleó diversos recursos para defender el cristianismo, como la defensa doctrinal o moral de sus seguidores o la crítica, mordaz en ocasiones, de las creencias no cristianas.
Según Eusebio, Cuadrato y Arístides dirigieron sendas apologías al emperador.
Se ignora si llegaron a sus destinatarios pero, en cualquier caso, fueron muy apreciadas en las comunidades cristianas.
El siglo II tuvo como emperadores a Trajano, Adriano, Antonino Pío, Marco Aurelio y otros más.
Con posterioridad, se identificó una versión griega más corta, incrustada en el interior del relato Barlam y Joasaph, obra pseudoepigráfica de Juan Damasceno.