Anita no pierde el tren

Incapaz de remontar el choque, ella continúa yendo, por inercia, cada día al descampado donde antes estaba el cine y ahora una constructora está levantando las nuevas salas.

Por una jugada del azar, acaba enamorada y enrollada con el hombre que maneja la excavadora de la obra.

Él está casado y no lo esconde.

A pesar de ello los dos consiguen, gracias a sus encuentros clandestinos diarios, abrir una puerta de esperanza para el futuro.

Es una relación sin perspectivas, que en el caso de Anita, con sus cincuenta años, le ayuda a marcar un antes y un después en su vida.