Andrés de Tapia

Las crónicas basadas en la de Tapia fueron publicadas en su siglo, pero en cambio la suya tardó trescientos años en ver la imprenta: se publicó en 1858, gracias al historiador, erudito y coleccionista mexicano Joaquín García Icazbalceta.

[5]​ Con tal ayuda, Tapia se reúne con la flota de Cortés y zarpa a sus órdenes.

Pero nunca lo fue: desde el primer momento confió en su nuevo capitán y obtuvo también su confianza.

Pero uno de los que por su aspecto creían indios se identificó pronunciando con dificultades en castellano la frase «Dios y Santamaría e Sevilla».

Aunque con diferencias según las fuentes, Tapia tuvo un papel importante en el enfrentamiento con Pánfilo de Narváez.

Según algunos, fue de los primeros enviados por Cortés a Villa Rica para valorar la situación y buscar apoyos.

También se le achaca haber estado entre los espías que, disfrazados de indios, obtuvieron información en el Real del despistado Narváez.

Cortés no podía negarse en ese momento a auxiliar a los de Cuauhnáhuac, porque hubiera sido tanto como reconocer ante sus aliados su mala situación, en un momento en el que estaba sufriendo abandonos de sus soldados tlaxcaltecas y texcocanos.

En ese mismo año vuelve a España acompañado de su señor, junto al que participará también en el asedio a Argel, empeño en el que Cortés pretendió revitalizar su fama y prestigio, consiguiendo sólo penalidades y burlas de sus conmilitones.

Cortés se retira a Castilleja de la Cuesta y Tapia permanece también en España, luchando por conseguir una encomienda en Cholula, empeño que le consumió más de un lustro, y en el que fracasó.

[16]​ Parece claro que el primer objetivo de Tapia era escribir un panegírico del marqués.

Sin embargo, también se ha reconocido como una crónica épica desprovista de todo adorno o digresión, y escrita de primera mano y con razonable proximidad temporal a los hechos por un testigo presencial.

[17]​ Por su parte, Bernal Díaz del Castillo escribe su Historia verdadera... motivado por la desazón que le produce la lectura de Gómara.

Dura prosa de persona no acostumbrada a escribir y con abundantes giros locales.

[19]​ Agustín Yáñez la incluyó en 1939 en su Crónicas de la conquista, editada por la UNAM, con prosa modernizada.