En 1562, fue recibido en Suecia el conde Jorge Juan I del Palatinado-Veldenz, quien formalmente pidió la mano de la princesa Ana.
El compromiso se selló el 20 de diciembre del mismo año.
Como su viuda, Ana tuvo que pasar por muchas dificultades y realizar grandes ahorros.
Pasó los años posteriores a la regencia entre sus residencias en Lauterecken y Remigiusberg.
En su testamento, ella donó una gran suma con un ingreso que se compartiría entre los pobres cada año.