Por su excepcionalidad y fuerza pictórica, la obra del Maestro de Tahull se ha proyectado a la modernidad y ha fascinado a artistas de las vanguardias del siglo XX, como Picasso o Francis Picabia.
Años después, en 1915, se alertó sobre el interés en comprar pintura mural de los Pirineos catalanes que mostraban coleccionistas estadounidenses -como Hearst o John Davison Rockefeller- y del expolio al que estaban sometidas las obras.
[7] El ábside central se encontraba cubierto en gran parte por un retablo gótico, como lo demuestra la primera fotografía realizada en 1904 por Domènech i Montaner.
Una vez seca, la cola contrae la superficie, arrancando la capa pictórica de la pintura.
Se crearon unos falsos marcos arquitectónicos que evocaban el original de las iglesias.
Sin embargo, debido al creciente reconocimiento del que gozó la iglesia y de las numerosas visitas que recibía desde la recuperación de las pinturas, en 1959 encargaron su réplica a Ramon Millet.
El artista, que trabajó durante dos años, creó la réplica a una escala inferior respecto al original.
Se trata de una Maiestas Domini o Pantocrátor, la epifanía del Dios legislador, todopoderoso, que viene a juzgar el pueblo.
El cordero con siete ojos, sigue la narración del Apocalipsis de san Juan, que representa sus atributos: poder, riqueza, sabiduría, fortaleza, honor, gloria y bendición.
[29] En ambos lados del arco donde está la Dextera Domini, se representan las figuras de Caín y Abel.
Mientras la preparación todavía estaba húmeda, se aplicaban pigmentos mezclados con agua, sin aglutinante, ya que la propia cal cumplía con esta función.
[1] Aunque los artesanos a menudo trabajaban en diferentes territorios, los pigmentos solían ser locales.
Las pinturas de Tahull estaban dirigidas a una comunidad relativamente pequeña, pobre e iletrada, donde es de suponer que la iglesia era el centro del pueblo, el lugar donde se reunían y tomaban decisiones.
El protagonismo del Cristo en Majestad en la composición es característica de la pintura alto-románica, a diferencia de la pintura tardo-románica que le dará un papel más secundario y una representación más terrenal.
Frecuentemente en el cielo entre las nubes y dirigida hacia la tierra, con los dedos abiertos o bien bendiciendo.
Esta iconografía se puede relacionar con las visiones del profeta Ezequiel en las que los querubines alabando a Dios aparecen entre cuatro ruedas llenas de ojos.
Asimismo se invoca también como el «vaso de elección» y «cáliz del mundo».