En 1153, los templarios participan en el asedio de Ascalón, que Balduino III quiere arrebatar a los egipcios.
Pero el viento, que sopla las llamas sobre las murallas, abre una brecha a través de la cual se precipitan los templarios.
Según otros cronistas, en cambio, lo hizo simplemente porque, en la vorágine de la acción, no llegó a pensar en eso.
Porque los asediados, al comprobar el pequeño número de los atacantes (una cuarentena), arremeten contra ellos y los masacran.
Sus cuerpos fueron expuestos sobre las murallas y sus cabezas cortadas son enviadas al sultán, en Egipto.