Yoshio Aoyama

Debido a su longevidad (Yokosuka 1894- Tokio 1996) su obra abarca prácticamente todo el siglo XX.

En el estilo de Aoyama se descubre una ley constante que le da fuerza e intensidad.

Eligiendo una playa, un jardín, una calle, adaptaba estas escenas a su propia visión del mundo en relación con sus valores espirituales de origen oriental.

Se puede decir que operaba con una doble elección: Por una parte de carácter objetiva y por otra espiritual.

Desde una edad muy temprana se dedicó plenamente a la pintura, aprendiendo de manera casi autodidacta.

Sus primeras obras al óleo demuestran unos trazos gruesos, típicos de su formación como dibujante, que delimitan los contornos; y una gama de colores oscuros como los pardos, los verdes, marrones, ocres, que darán un aire melancólico y frío a su primera etapa.

Fue su padre el que le infundió el gusto por los viajes y por visitar tierras lejanas.

París era entonces la capital del mundo artístico, donde tenía su seda una comunidad internacional llamada Escuela de Paris formada en 1910 por artista de la talla del francés Dufy, el español Picasso, el italiano Modigliani, el bielorruso Marc Chagall y por supuesto el japonés y gran embajador del arte nipón Fujita, al cual conoció en este periodo Aoyama junto con el discípulo de Renoir, el también japonés Ryuzaburo Umehara.

Empezó a crear un estilo nuevo lleno de originalidad, recreando un mundo fascinante e impresionante.

Aparece un sentido de un flujo eterno al cual pertenecen sus obras, existiendo una voluntad superior que lo encauza todo.