Sus tallas eran tan virtuosas y llenas de gracia que llamaron la atención y le procuraron el favor de algunos patrones, que le enviaron a Berlín en 1831.
Achtermann, aun así, estuvo imbuido por un carácter profundamente religioso, se vio atraído irresistiblemente por Roma, a donde llegó en 1839 y donde permanecería hasta el final de sus días.
La primera producción sobresaliente de sus estudio en Roma fue una Piedad que fue realizada para la Catedral de Münster y que a menudo ha sido copiada.
Su última gran obra, fue concluida cuando el artista había pasado setenta años, era un tríptico para un altar gótico que representan escenas de la vida de Jesús.
El arte de Achtermann se caracteriza por un profundo sentimiento religioso y un gran poder imaginativo, aunque, a causa de su tardía dedicación a la carrera artística, no alcanzó la maestría técnica que de otra manera podría haber adquirido.