La Virgen de las Cruces está esculpida en alabastro y responde al misticismo que empezó a predominar en la estatutaria religiosa desde principios del siglo XIV, siglo del que corresponde la imagen.
Representa a la Virgen María con severa dignidad pero se compagina con la dulce sonrisa que anima las fracciones de su rostro.
Desde el siglo XVII se reviste la imagen, adoptando su actual forma tradicional, con preciosos vestidos de acuerdo a la moda barroca.
Tal fue su angustia que pidió ayuda a la Virgen María, la cual se apareció, consolando al muchacho; obró un milagro, que fue el de molerle el trigo y cargárselo en unas nuevas vasijas.
La Virgen solo le pidió al mozo que fuese al pueblo más cercano a pedir la construcción en ese lugar de un templo en su honor, para lo cual, previo paso Moral, el mozo se desplazó a Daimiel, pueblo que creyó al muchacho y cumplió con el deseo de la Virgen María.
La Virgen de las Cruces era honrada diariamente en su santuario desde el día que este se construyó, celebrándose además tres funciones solemnes durante el año.