Intervino en las actividades políticas de la época, por las que fue encarcelado y finalmente desterrado.
Enviado a París como embajador en 1849, renunció al cargo permaneciendo en la capital francesa, donde murió en 1852.
La «idea» es primitiva, indemostrable, evidente y cierta por sí misma, dice textualmente Gioberti.
Para Gioberti, el Ente se revela en lo existente, pero lo existente no puede ser ni conocido ni pensado si no está en relación real y cognoscitiva con el Ente.
Sin embargo, Dios está siempre presente en la intuición como creador, y el hombre al conocer reconoce en las cosas la luz divina que atesoran y en la que están inundadas.
Lo más excelso de la naturaleza creada es la mente humana, que es un infinito potencial, no solo porque pueda conocer todo, sino porque reside en ella la actualidad divina creadora.
Por estas ideas ha sido acusado, a veces, de panteísmo, pero ello es una exageración (Palhoriés, o.c.
En Gioberti se apunta una doctrina sobre la «praxis», no desarrollada, pero que contiene sugerencias valiosas, ya que llega a considerar como antinatural el divorcio posible entre el pensamiento y la acción.
Aprender, dice, a la letra, es crear, más que recordar, como se contentaba con pensar Platón.
Las relaciones entre Filosofía y Religión son explicadas por Gioberti a la luz del primado ontológico.
«El dogma de la creación, pues, es un hecho científicamente cierto que la razón refleja, discurriendo ab absurdis, demuestra indirectamente» (Gioberti, Introduzione allo studio della Filosofía, IV,8).