Dado que fue hallada en una excavación arqueológica, en un contexto propio del Paleolítico Inferior, ha sido datada, aunque con muchas dudas, en torno a los 200 000-300 000 años de antigüedad (algunos científicos retrasan esta cronología hasta los 400 000 años); es, en cualquier caso, contemporánea del Homo heidelbergensis.
El contexto arqueológico que acompañaba a la figura era, sin lugar a dudas, un achelense medio evolucionado con numerosos bifaces y utensilios sobre lasca.
Sin embargo, desde el principio la pieza ha suscitado la controversia, ya que para algunos arqueólogos no es más que «un objeto natural casualmente antropomorfo».
Entre ellos, por ejemplo, Stanley Ambrose de la Universidad Urbana-Champaign de Illinois, quien sostiene que es un guijarro de morfología fortuita y accidental, producto de la erosión; aunque reconoce las marcas de percusiones que tiene la pieza, para él se deben a que pudo haber sido utilizada como yunque y, aunque tiene, efectivamente, restos de una sustancia grasienta con algo de ocre, es posible que esta hubiese sido usada como conservante en las pieles de animales (hecho común en la Prehistoria); niega, por tanto, que el ser humano haya potenciado deliberadamente la forma humana en este «pedrusco».
Por su parte, muchos estudiosos se han apresurado a aceptar la veracidad del descubrimiento, basándose en los análisis del experto Robert Bednarik, presidente de la Federación Internacional de Organizaciones sobre Arte Rupestre[1] y defensor de la discutida estatuilla.