La tradición posterior, más novelesca, nos dice que San Valero era de difícil palabra, acaso un poco tartamudo; y que, en el tribunal valenciano, ello dirigió la atención principal al fogoso Vicente, que quiso hablar por ambos y pagó con la vida su atrevido discurso.Se supuso, entonces, que el obispo había sido exiliado a aquellas tierras poco hospitalarias.Hubo más de un obispo cesaraugustano con este nombre, en la Edad Antigua.Y no hay duda -por las Actas del Concilio de Elvira- acerca de que era un Valero quien gobernaba la diócesis a comienzos del siglo IV.Un retrato ideal de este obispo lo encontramos en el magnífico busto-relicario, de plata y esmaltes, regalado por Benedicto XIII a la seo de Zaragoza en el siglo XV, y que seguramente reproduce los rasgos del propio Papa.