Ya a finales del 2002, la Organización Mundial de la Salud alertaba de que las mujeres estaban empezando a ser el grupo social mayoritario de portadoras del VIH.
Las mujeres, de modo especial, aquellas que viven en países de mediano y bajo ingreso, siguen teniendo menor acceso a la educación, al ingreso y a la participación política, lo anterior, las hace vulnerables a la infección por el VIH y acrecienta la progresión al sida.
[1] Las mujeres que viven con el VIH experimentan una carga desproporcionada de problemas de salud mental.
Hasta la fecha, las directrices mundiales contienen una orientación insuficiente sobre el apoyo a la salud mental, en particular con respecto a la atención perinatal.
También existe evidencia de que las mujeres que viven con el VIH se sienten rechazadas, deprimidas y socialmente excluidas.