Con la toma de Cartago, la segunda ciudad más importante del Imperio romano de Occidente (en la actual Túnez), culminó la conquista vándala del norte de África y se consolidó el reino vándalo que perduraría durante los cien años siguientes hasta que fue conquistado por el Imperio bizantino en 534.
Los refuerzos enviados desde Oriente bajo las órdenes del comes Aspar no pudieron evitar una nueva derrota de Bonifacio.
«Por ese tratado, análogo a los que Roma había concluido antes con ciertas tribus bereberes, el poder imperial pensaba haber salvado lo esencial: Cartago, el África proconsular y la Bizacena, la metrópoli y la tierras más ricas de trigo de África», ha afirmado Pierre Cosme.
[7] Sin embargo, como ha señalado Claire Sotinel, «Genserico sabía que había conquistado un reino».
Fue especialmente duro con la nobleza y el clero «católico» locales, tal como habían hecho con anterioridad en las otras provincias africanas.
«Con ello, Genserico pretendió evitar que desde Rávena [la capital del Imperio de Occidente] se realizase cualquier contraofensiva efectiva inmediata... Aecio se encontraba lejos, ocupado en la Galia, mientras que en época invernal era difícil congregar una importante flota.
[19] Por su parte Peter Heather exime de toda responsabilidad a Aecio, «el último gran héroe romano occidental del siglo V».
Por consiguiente, al no disponer Cartago más que de una guarnición compuesta por unos efectivos mínimos, el astuto vándalo lo tuvo todo a su favor».
[7] Según Hidacio, la conquista de Cartago fue fraude decepta, es decir, se hizo con engaños.
[11] Por su parte Luis Agustín García Moreno ha señalado que con la conquista del norte de África por los vándalos nació «el primer Estado germánico que no reconocía ninguna superioridad al Imperio ni mantenía con él alianza alguna».
No sobrevivió más que treinta y siete años después a la toma de Cartago, hasta su caída definitiva en 476».