Teatro Arriaga

Más tarde, la concesión recaería en la persona de Luciano Urízar Echevarría, y con este empresario alcanzaría el teatro su máximo esplendor.

Tres años después, en 1886 se comienza a derribar el teatro para comenzar un nuevo edificio que tuviera un aforo de 1.500 butacas y en el sus bajos pudieran utilizarse para poner establecimientos comerciales.

El espectáculo que se representó fue la ópera La Gioconda, de Amilcare Ponchielli.

Estos avances tecnológicos se unieron a un edificio más bien clasicista en su arquitectura y decoración, con influencia francesa.

[1]​ En 1901 el teatro acogió unos Juegos Florales en los que participó Miguel de Unamuno.

La restauración prosigue desalojando los bajos comerciales, que habían quedado arrasados por el agua, y alterando parte del interior de las instalaciones al construir una escalera imperial a dos manos y reorganizar el vestíbulo principal.

El proyecto fue obra del arquitecto bilbaíno Francisco Hurtado de Saracho.

En estos últimos, así como en fachadas laterales y traseras, los balcones del piso principal se sustentan sobre ménsulas en forma de atlantes o titanes.

Presenta cúpulas en torrecillas laterales y cubrición inclinada con mansardas en todo el perímetro del edificio.

Hay un palco para autoridades con decoración inspirada en el Orient Express que se abre en ocasiones especiales.

Hay dos varas motorizadas situadas en primer término de escenario y al fondo del mismo.

Interior del teatro Arriaga.
Auditorio del Teatro Arriaga.
Escenario del Teatro Arriaga.