Las témporas, en la Iglesia católica, son los breves ciclos litúrgicos, correspondientes al final e inicio de las cuatro estaciones del año, consagrados especialmente a la plegaria y a la penitencia.
Desde el principio la celebración de las témporas suponía actos penitenciales colectivos, ayuno en su sentido amplio particularmente, medio necesario para purificar el espíritu y para poder ofrecer a Dios el culto confiado de la Iglesia, del modo más sincero.
Debe tenerse en cuenta, más que los meteoros puntuales como lluvia o sol, la dirección del viento, el encapotamiento del cielo y también pueden tenerse en cuenta fenómenos fenológicos (es decir, aquellos que afectan a animales y plantas según el tiempo meteorológico).
Es importante conocer si durante la época de vendimia helará, porque en ese caso, habría que adelantarla para no perder la producción.
A diferencia de otros métodos populares (como por ejemplo, las cabañuelas, que tienen en cuenta días fijos y continuados) en realidad las témporas son fijadas cada año según el calendario lunar, utilizándose referencias religiosas sólo para facilitar su cálculo, sin ninguna influencia mágica o sobrenatural.
Gracias a ello, los pronósticos del tiempo son cada día más precisos, facilitando la protección social ante eventos meteorológicos adversos.