Su obra se halla bajo la influencia del surrealismo y el dadaísmo.
En los primeros años del siglo XXI su escultura ha ido ganando importancia sobre su pintura.
Al unísono neoexpresionistas y surreales, estas composiciones lo mismo pueden interpretarse en clave dramática como en clave humorística, o, mejor dicho, como una suma de ambos estados del espíritu, ya que si algo comienza a distinguirse por entonces en el quehacer plástico de Stefan es esa rara combinación entre fatalidad trágica e irónico distanciamiento de la realidad, entre inquietantes presagios e inteligente sentido del humor, entre lo orgánico y lo maquínico, entre lo animado del soplo de la vida y lo creado artificialmente a modo de imposible y disparatado artilugio mecánico.
Otra importantísima novedad es la creación de una tercera dimensión en los cuadros, pues un ancho de varios centímetros es lo que suele tener ese a modo de estrecho espacio intermedio que hay entre la superficie translúcida pintada y el soporte de madera que sujeta por la parte posterior toda la estructura, hueco en el que el pintor dispone un extraño mundo de diminutos objetos, papeles dorados y plateados, collages y todo tipo de cosas, cuya visión a través del cristal proporciona esa reminiscencia entre misteriosa y remota imposible de conseguir sólo con los colores.
titulada El pacificador, de bronce, con referencias al pasado clásico grecolatino.