La solifluxión es propia de los suelos que han sido debilitados por la acción recurrente de heladas y, en consecuencia, las características originales del terreno a menudo están muy alteradas.
En los climas periglaciares, la alternancia del hielo y del deshielo hace que la arcilla se precipite en forma de capas muy finas, en las cuales es más fácil el deslizamiento.
Este puede generalizarse a toda una vertiente de pendiente moderada (solifluxión laminar) o se limita a una parte que, al despegarse, forma un nicho de desprendimiento.
En los climas menos fríos, la solifluxión requiere mayores proporciones de arcilla o de marga en el terreno, y las coladas suelen ser de poca extensión.
El agua que empapa al terreno puede provenir del deshielo; en ese caso el fenómeno es calificado de gelifluxión.