Toda esta terminología, en principio confusa para los estudios sobre arte occidentales, no es más que el intento reiterado de Coomaraswamy por desterrar la incomprensión y los prejuicios que los occidentales presentan ante el arte oriental y que detectamos desde las primeras décadas del siglo XIX con los escritos de Hegel.
Es por esto que sale a colación una fórmula recurrente en sus últimos trabajos, la del fetichismo estético occidental: «colores y sonidos agradables» enturbian la verdadera percepción.
Coomaraswamy se ve obligado a replantear el concepto de belleza, y devolver su definición a los tiempos de Santo Tomás encontrando en la misma la original correspondencia entre formalidad y orden.
Con esta concepción de la Belleza ideal, Coomaraswamy traduce la célebre definición que da del arte el Sâhitya Darpana[10] I, 3: «Vakyam rasâtmakam kâvyam», como «El arte es expresión informada por la Belleza ideal».
Usando todas estas herramientas ontológicas, concluye expresando cómo las más humildes necesidades y actos de la vida pueden referirse a actos trascendentales: el Arte asiático y otras artes similares presentan mucho más allá de lo que su plasticidad sugiere.