Cuando se compone la sigla, aunque las iniciales de los términos originales lleven acento la sigla nunca la lleva, al contrario que las abreviaturas, puesto que su pronunciación es nueva, y por ello también la sílaba tónica.
Al contrario que las abreviaturas, las siglas normalmente no llevan puntos abreviativos, pues como suelen deletrearse, su evolución ha tendido a la simplificación extrema y, por consiguiente, a la supresión de elementos superfluos, en este caso el espacio y el punto.
Las siglas y sigloides trascienden el lenguaje escrito, es decir, siempre se pueden pronunciar siguiendo su escritura.
Por ello, procurando que el hablante se sienta cómodo, se crean los sigloides, que integran grafemas con el objetivo de facilitar la pronunciación y evitar el deletreo, deformando el concepto de sigla.
Esta distinción entre pronunciaciones ha llevado a algunos lingüistas a hablar de siglas silábicas (JASP, jasp) y siglas consonánticas (ONG, oenegé),[1] aunque sigue habiendo otros que prefieren recurrir a la palabra «acrónimo» considerando: La palabra «acrónimo» es de significado sorprendentemente equívoco por la importación solapada de conceptos extranjeros (véase acrónimo).
Se da cuando la sigla es considerada como una palabra más por los hablantes, como ovni, radar o sida y sigue las normas gramáticas generales de una lengua.