Se produce de manera regular desde épocas prerromanas y se la considera parte esencial de la cultura y gastronomía asturiana, constituyendo un atractivo turístico que es explotado en toda la región.
El historiador griego Estrabón afirmaba que la sidra era la bebida típica de la región habitada entonces por lo ástures, quienes tenían escasez de vino y cebada (zytho etiam utuntur, vini parum habent).
[9] En 1784 ya se exportaba sidra desde Gijón según cuenta Gregorio Menéndez Valdés en su obra Gixa Moderna donde constata el envío de la bebida tradicional asturiana a "las Andalucías" y a las Indias.
El que emburrio dos pucheres quedose com'una pascua, falatible y gayasperu, sin sede n'una semana.
Y non piense: qu'ella sola enriquez al que la faga, da don al que non lu tien Una fuente externa a la región es el registro que realizó el inglés Joseph Townsend durante su viaje por España, quien habiendo recorrido Asturias entre el 3 de agosto y el 3 de octubre del año 1786, escribe en su obra A journey through Spain in the years 1786 and 1787; with particular attention to the agriculture, manufactures, commerce, population, taxes, and revenue of that country sobre la superioridad de la sidra inglesa tanto por los frutos que selecciona para hacer sidra como por las técnicas empleadas en su producción.
El concejo maliayo empezaba a perfilarse por entonces ya como la comarca sidrera por excelencia.
[14] El embotellado, que se sella con corcho, permitió una mejorar sustancial en la conservación de la sidra y sus característica organolépticas.
Con los vasos se populariza la técnica del escanciado, que permite oxigenar la sidra (que únicamente cuenta con carbono endógeno) y resaltar sus cualidades, siendo este una técnica exclusiva de la sidra asturiana.
[5] La tradición del escanciado en Asturias figura en el libro Los pescadores del Norte y Noroeste de España: Su vida social y particular por provincias del primer contramaestre Benigno Rodríguez Santamaría: Los llagares caseros que abundaban por doquier en Asturias empezaron a trasladarse centrándose en las grandes empresas, quienes además habían aprovechado la inmigración asturiana a Hispanoamérica para llevar allí un nuevo mercado, al que alcanzaban con la sidra espumosa de reciente fabricación.
[13][16] Fue en el siglo XIX cuando la sidra pasa de ser consumida principalmente por los campesinos para ser consumida ampliamente entre la clase obrera,[13] especialmente entre los mineros de las Cuencas Mineras,[5] lo que despertaba suspicacias y polémicas en la época: La sidra ha sido considerada tradicionalmente como una bebida sana y poco embriagadora.
En Asturias los médicos tendían a no repudiar la sidra tanto como otras bebidas con contenido alcohólico, aunque la opinión general siempre ha sido que su consumo conlleva varios beneficios como ser una bebida diurética o prevenir de problemas coronarios.
[13] Los ojos de la autoridad siempre estuvieron sobre la sidra en la región y es así que en 1908 en Oviedo ya se establecía que la sidra podía tomar como material fuente únicamente la manzana y para su conservación deberían evitarse recipientes metálicos; en 1911 en Villaviciosa se publica un texto de once recomendaciones sobre la higiene que debería seguirse para fabricar sidra de buena calidad.
Las sidrerías se mostrarías resistentes a este hecho y se vería incrementado su número de mano al crecimiento poblacional asociado al desarrollo industrial, abriendo negocios donde la mujer acudiría con mayor frecuencia cada vez.
[15] No obstante, existía una fuerte impronta obrera con los chigres convirtiendo estos austeros espacios en lugares para compartir y para elucubrar estrategias de resistencia ante la realidad laboral y política de la época.
Hasta entonces la cerveza era de consumo casi exclusivo del periodo estival más profundo, y que encontraba un espacio jalonado por las publicidad.
La sidra se etiquetaba socialmente en esa época como un producto "rústico" que recordaba a las penurias de la posguerra.
[18] En 2016 se realizaron las primeras Jordanas de Sidraturismo que junto a las subsiguientes iniciativas de años posteriores explotan turísticamente las plantaciones del manzano y su floración, los llagares tanto tradicionales como modernos como el entorno para ofrecer una experiencia única.
Todo el proceso desde la fruta, a la que se le presta especial atención, su elaboración, venta distribución y consumo se encuentra presente en el arte asturiano que siempre ha estado dotado de un aire costumbrista.
La manzana ha sido ampliamente incluida entre los artistas asturianos que practicaron el Bodegón como Julia Alcayde Montoya (Bodegón, 1897; El puesto de mi calle,1899), Telesforo Cuevas (Bodegón de Llastres, 1897), Nicolás Soria (El Bodegón del Conejo, 1917), Nicanor Piñole (Niño estudiando, 1910), Rubén Darío Velásquez (Comensales, 1976), Eduardo Úrculo y Antonio Suárez con abundantes ejemplos, Inocencio Urbina Villanueva (Manzanes vieyes, 1982), María Galán y sus cuarenta y cuatro acuarelas sobre las variedades de manzana asturiana (1938), y pintores como Luis Bayón, Gonzalo Espolita, Marixa, García-Carrio, Joaquín Rubio Camín, José Purón Sotres, Concha Mori, Jaime Herrero, Faustino Goico-Aguirre, Manuel Linares, Celso Granda, Carlos Sierra, Bernardo Sanjurjo, Juan Evangelista Canellada, Paulino Vicente y Miguel Ángel Lombardía.
[23] La manzana fuera del concepto de bodegón en contextos más amplios como ventas, mercados, romerías o demás, fue representada por artistas como Mariano Moré Cors (Mercado de Quirós, 1899), Evaristo Valle (Vendiendo manzanas, 1912; El mercado; Adán y Eva, 1930-42), Izarra (La aldeana payariega), Aurelio Suárez (Adán y Eva en el Paraíso), Eduardo Urculo (Manzana y desnudos), Javier Díaz Roiz (Acrílico, 1986), Santos Balmori (Desnudo, 1931; Tres mujeres y una manzana, 1986)[23] o Nicanor Piñole (Primavera, 1924).
El llagar, lugar donde se elabora y almacena la manzana, ha sido objeto de inspiración para artistas como Mariano Moré Cors (Haciendo sidra), Evaristo Valle (A la puerta del llagar, 1942), Manuel Medina Díaz (La tonada) o Celso Granda (Lagar con autorretrato, 1973); el chigre por su parte también cuenta con su protagonismo con autores como Alfredo Truán Álvarez (El último culín, 1925), Manuel Medina (La toná), Mariano Moré Cors (La espicha), D. G. Menéndez (Los bebedores de sidra, 1856), J. Worms (Escena en una taberna o chigre del siglo XIX) o Evaristo Valle (Interior de chigre, 1905; Bebedor, 1907; La merienda, Demetrio, el Guapo, en la taberna, 1949).
[23] Las piezas gráficas que han aparecido en los medios asturianos son prácticamente incontables.
[23] Raúl Suárez Vallina, más conocido como Falo, también le dedicó una viñeta al ritual asturiano con Escanciador.