El último, el sargento Shōichi Yokoi vivió en una caverna durante 28 años, temiendo salir de su escondite incluso después de encontrar folletos declarando que la Segunda Guerra Mundial había terminado.
En 1943 lo transfirieron al 38.º regimiento, destacado en las Islas Marianas como parte del equipo de suministros.
Más tarde, estos tres últimos se separaron y se visitaban mutuamente hasta alrededor de 1964, cuando Yokoi encontró a sus dos amigos muertos, a causa de la inanición.
En octubre del mismo año 1972 el soldado Kinshichi Kozuka murió en un tiroteo con la policía en Filipinas.
Yokoi fue el antepenúltimo soldado japonés en rendirse después de la guerra.
Su último período de vida fue el más difícil, dice su sobrino, Omi Hatashin, quien se dedicó varios años a recopilar los detalles de las vivencias de su tío político, que nunca consiguió adaptarse completamente a la sociedad japonesa moderna y además que visitó a Guam varias veces.
A su juicio, la reunión fue el honor más grande de su vida.
Fue enterrado en un cementerio de Nagoya, bajo una lápida que había sido encargado inicialmente por su madre en 1955.