Ella misma escribe: «Al entrar en el convento expuse claramente mi pensamiento, quería unir la espiritualidad de San Francisco con la tarea educativa impartida en el Colegio».
La acción de la madre Serafina, ya en Forlí y más en el nuevo colegio, era muy discutida, tenía defensores y detractores tanto entre las religiosas como entre las autoridades eclesiásticas.
En Bertinoro fue desarrollando el proyecto de un nuevo instituto en el que se conciliara la misión educativa con la espiritualidad franciscana.
Superando las dificultades e incomprensiones internas y externas, pero siempre con el apoyo de la Santa Sede, las nuevas religiosas se consagraron a la tarea educativa e intensificaron la dimensión contemplativa.
Pronto la congregación se consolidó y empezaron a multiplicarse las casas, que la fundadora llamaba «nidos» y con más frecuencia «sagrarios» porque lo primero que cuidaba en todas ellas era la capilla del Santísimo Sacramento.