El Cristo cuenta con una curiosa leyenda que lo cubre y también es un gran centro de devoción marabina.
Le informaron que debía reunir setenta reales, moneda de la época, para encargarlo a Quito.
Aquella buena mujer, para librar de la prisión al hombre, le cedió todo lo que tenía, sus setenta reales.
Un día observó cómo la corriente arrastraba un pequeño crucifijo; lo tomó entre sus manos y lo llevó a su choza, donde le improvisó un altar en una caja de madera.
Por eso, cuando un visitador eclesiástico la vio tan deteriorada, mandó quemar la imagen porque, según su juicio, ya no inspiraba devoción.
Ese día hubo muchos prodigios y se oficializó el culto a la imagen del Señor de los Milagros.