Los soldados del emperador lo llevaron al estadio, lo desnudaron, lo ataron a un poste y lanzaron sobre él una lluvia de flechas, dándolo por muerto.
[3] Sin embargo, sus amigos se acercaron y, al verlo todavía con vida, lo llevaron a casa de una noble cristiana romana, Santa Irene —viuda del funcionario mártir San Cástulo—, que lo mantuvo escondido y le curó las heridas, hasta que quedó restablecido.
Se presentó ante un emperador desconcertado, ya que lo daba por muerto, y le reprochó enérgicamente su conducta por perseguir a los cristianos.
Maximiano mandó que lo azotaran hasta morir,[4][5] y los soldados cumplieron esta vez la misión sin errores, tirando su cuerpo en un lodazal.
Los cristianos lo recogieron y lo enterraron en la Vía Apia, en la célebre catacumba que lleva el nombre de San Sebastián.
En las representaciones del primer milenio viste la clámide militar como correspondía a su cargo, y siempre imberbe.
Desde el siglo XV los artistas han preferido presentarlo desnudo, joven e imberbe, con las manos atadas al tronco de un árbol que tiene detrás y ofreciendo su torso a las saetas del verdugo.
[6] En 1976, el cineasta británico Derek Jarman recreó la vida y martirio del santo en la película Sebastiane.
[7][8] Al menos desde el siglo XIX, la figura de San Sebastián ha sido venerada por personas pertenecientes a minorías sexuales.
[cita requerida] Escritores homosexuales como Oscar Wilde, Marcel Proust o Yukio Mishima escribieron sobre su vida y martirio, identificándose con su estatus paria.