San Manuel Bueno, mártir

San Manuel Bueno, mártir es una novela escrita por Miguel de Unamuno.

En 1933, la editorial Espasa Calpe publicó San Manuel Bueno, mártir, y tres historias más.

Ahora Ángela ya es adulta: «a mis más que cincuenta años».

Tan real es el escenario descrito por Unamuno que le consagra dos poesías: Sin embargo, Unamuno no se atiene con servilismo literario al paisaje que le sirve de modelo, tanto en lo físico como en lo humano.

El señorito laico enriquecido parece despreciar todo lo que huele a religión.

Pero cae inmediatamente en la cuenta de que don Manuel no es como los otros curas.

Los dos primeros rasgos encuadran al cura dentro del ambiente de la aldea: la montaña y el lago.

El tercero le asemeja al poder de penetración del Mesías.

Son las menudas acciones, repetidas, las que definen el carácter de un personaje.

Cuando aparece Lázaro, parece que va a entablarse una lucha por el predominio en la aldea.

Él me dio la fe», basándose en los escritos del Nuevo Testamento donde Cristo hizo andar al recientemente fallecido Lázaro.

Por un momento parece poseer todas las características propias de un antagonista: se le presenta como anticlerical, progresista, partidario del racionalismo, amante de la cultura urbana, preocupado por los problemas sociales.

Don Manuel ha logrado que Lázaro cumpla exactamente con todas las prácticas religiosas.

Lázaro reconoce que don Manuel ha hecho de él un hombre nuevo.

Su personalidad, en un primer momento, aparece muy vinculada a la imagen del Nuevo Mundo.

Unamuno no ha hecho ninguna referencia explícita al significado de su nombre.

Pero las relaciones entre ambos no son reales, puesto que Ángela aún desconoce la verdadera situación espiritual de don Manuel.

La disyunción se ha convertido en una conjunción estrechísima, que la muerte de la madre rubrica para siempre.

Blas vive en la ignorancia y repite constantemente por todo el pueblo las palabras del párroco: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”; cuyo sentido ignora.

Al hacerlo resalta, sin darse cuenta, la frase divina que don Manuel pronuncia desde su más profunda conciencia.

Esta muerte (que se añadió en futuras redacciones de la novela, pues en el manuscrito de 1930 no ocurría) sirve para culminar simbólicamente la identificación del pueblo por su párroco.

El resto es silencio: recuérdese el pasaje del credo, imposible de acabar sin la ayuda de quienes, con su fe, transportan al que calla cuando llegan las palabras indecibles.

Unamuno no dividió su novela en capítulos, sino en veinticinco fragmentos que algunos críticos denominan secuencias.

La narradora sigue otros procedimientos ya empleados por la literatura clásica: Ángela Carballino escribe porque el obispo le «ha pedido con insistencia toda clase de noticias» sobre Don Manuel y ella le ha proporcionado «toda clase de datos», pero se ha callado siempre «el secreto trágico.

Junto a la narración, desempeña un papel capital el diálogo, que en esta novela, no se limita a transcribir una conversación, sino que es también un vehículo de ideas y un medio de exteriorizar los conflictos y dramas íntimos.

Para relatar la historia y enmarcarla en unas coordenadas espacio-temporales deliberadamente imprecisas, la narradora utiliza diversas perspectivas.

Siendo ella la única fuente de información, se interpone entre los hechos y el lector.